domingo, agosto 10, 2008

domingo, marzo 23, 2008

Ahora sí

Hace casi siete meses que no escribo en este blog. No sé si le importa a mucha gente, o si alguien lo echado de menos. Pero para mi lo importante es que ahora si he vuelto y no de la forma en que lo hice en el pasado; regresos fraudulentos por efímeros. Vuelvo hoy pero de hecho había vuelto ya un poco en la nueva web de Gigantes. Aquí se podrán leer las entradas en la web y otras cosas.

Dejo aquí la primera entrada en Gigantes como reapertura de Scoop, porque es un texto que tuvo buena acogida y que me gusta. Esta es la segunda.


Hoop Dreams

Uno de mis primeros recuerdos sobre baloncesto es una portada de GIGANTES con Michael Jordan en la portada. Era un niño -7, 8 años- pero la imagen la tengo clara en la memoria. No creo que haya pasado un día en mi vida, desde que tomé conciencia de su existencia, que no haya pensado en este deporte.
Crecí con una canasta en el patio de mis casa, empecé a jugar con el 7 por culpa de Solozábal, quemé las cinta de VHS de Come fly with me, fui de los Lakers porque ganaban y porque Earvin Johnson era mágico. Me corté el pelo como Chris Mullin e incluso practiqué con la izquierda. Ahorré y me compré las Reebok the Pump, lloré por no poder comprarme unas Air Jordan y lloré todavía más cuando me quedé sin poder ver al Dream Team en mi ciudad. Imité el crossover de Tim Hardaway, me conquistó la actitud de Galilea y el corazón de Isiah. Lloré por Drazen.
Me enamoré muy joven y el desengaño nunca llegó. La portada de Jordan es uno de los infinitos recuerdos de juventud: la liga de Petrovic ganada por el Barça, la visita de los Celtics a Madrid y de los Knicks a Barcelona, el mate de Starks a los Bulls en los playoffs del 93, los Fab Five perdiendo su primera final NCAA el mismo año, el primer título de Jordan el 91.
Creo en Jordan, idolatro a Steve Nash, defiendo a Steph. Soy seguidor de los Tar Heels y de los Knicks. Soy un apasionado de los Estados Unidos y del baloncesto americano. Me defiendo ante la moda actual que desprecia las dos cosas –el país y su baloncesto- y no entiendo otra moda paralela que pretende hacernos escoger entre el baloncesto europeo y el yanqui. Es baloncesto y me gusta en toda su amplitud. Disfruto con la realidad de Ricky Rubio y con la promesa de Serge Ibaka. Espero impaciente que Lance Stephenson sea un más digno sucesor de Steph que Sebastian Telfair, me entretengo comparando a Brandon Jennings con Josep Franch.
Me gusta ver baloncesto, leer y escribir sobre él. Los partidos que vemos, las historias que leemos, los referentes que tenemos son nuestra identidad. Yo existo gracias a Jordi Basté, aprendo con Pere Ferreres, intento seguir los pasos de Scoop Jackson, envidio a Lang Whitaker. Me divertí -y aprendí- con Montes y Daimiel, Xavi Ballesteros me ha ayudado a trazar el camino. Admiro a Jorge Sierra y Raúl Barrigón, echo de menos a Quique Peinado. SLAM es mi bibliografía más preciada y la victoria de UNC en Duke después de dos prórrogas en el 95 es mi video preferido.
He visto en directo el último All Star de MJ y el primero de LeBron; también el único de Gasol. Me he sentido como en casa en el Madison Square Garden, me he quedado con la boca abierta en el Rucker Park. Me he emocionado en el Dean Dome en North Carolina, he celebrado una derrota de Duke en el Cameron Indoor Stadium. Pero también he alucinado con Papaloukas en Praga, con Nowitzki en Belgrado, con Navarro en el Palau. Es baloncesto, y no me importa cuándo, cómo y dónde aparece en mi vida. Lo hace cada día, hasta en sueños.